jueves, 19 de marzo de 2020

ESTADO DE ALARMA POR CORONAVIRUS. DIA 3.

Hoy comienzo el día como todos, con lentitud de cuadro o de melodías funerarias.

Abro los ojos sin necesidad de alarmas. Hoy con el sol. Otros días aun de noche. De repente sigo vivo. Cada día es eso, un recomienzo inspirado en lo ocurrido días anteriores con situaciones que sucedieron que generan nuevas situaciones que suceden y que deben ser resueltas del modo más coherente. Esta coherencia no es siempre la más moral , ética,  religiosa, tecnologocientífica o políticamente correcta, estos caminos ya los recorrí con dudas antaño y confirmaron mis suposiciones previas a transitarlos... que no me sirven. Mi coherencia es propia, basada en la experiencia, en el sentido común y sobre todo en mi propio interés y en las necesidades de mi alimaña.

Navego por las jornadas diarias sin prisas.

Me afeito.

Me ducho.

Me seco.

Me visto ( tengo 8 pantalones iguales, 8 camisetas iguales, 8 sudaderas iguales, 8 pares de calcetines iguales y 8 pares de zapatillas deportivas para el día a día, para salir tengo algunas piezas de abrigo y calzado adecuado... mi alimaña tiene su propio vestuario.)

Mis desayunos son amplios y he de reconocer que suelo saltarme, de vez en cuando, algunas reglas que me impongo para no superar un peso adecuado a las necesidades físicas que me impone la captura de mi alimento más importante, la carne. Un par de kilos de más en el abdomen suponen menos velocidad, menos metros recorridos a la carrera, menos capacidad de carga, más trabajo cardiovascular y menos vida. Así que sí, me gusta cuidarme. Nunca falta en mis mañanas lacteos, cereales, frutas, aceite de oliva y alguna pieza de carne magra y ausente casi por completo de grasa que suelo seleccionar de piezas provenientes del cuello o de los hombros de presas seleccionadas y aficionadas a la vida saludable y que practican deporte casi cada día. La vida activa que llevan estas personas infiltran grasas marrones en estas zonas de su anatomía y de todos es sabido que es la grasa más saludable y, a mi parecer, la más suave y aromática. Por algo es el 5% de la grasa que tenemos al nacer y que perdemos a los tres meses de vida.

Después del desayuno y tras algunos minutos defecando con autentico deleite me centro en mis labores diarias. 

Organizo y limpio mi entorno. El tiempo que dedico a esta actividad es proporcional al tiempo que mi alimaña haya requerido la tarde, noche o día o días anteriores. Si hemos estado de caza y se ha pasado toda la noche desangrando, cortando y refrigerando, esta actividad puede llevarme toda la jornada. Si mi alimaña esta tranquila, como estos últimos días, apenas he de hacer nada.

Me gusta el orden y hace años, una persona muy querida,  me enseñó que si no desorganizas no tienes que trabajar en organizar de nuevo. Por cierto que si aún cierro los ojos y me esfuerzo ligeramente puedo sentir el rastro de sus aromas en mis guisos. Hay personas a las que nunca se deja de querer.

Con mi entorno ya adecuado, me centro en mi trabajo.

Yo teletrabajo casi desde siempre.

Al desarrollarse estos apetitos míos tan específicos durante la adolescencia tuve que dirigir mis capacidades de aprendizaje a entornos que me mantuvieran, a mi y a mi alimaña, lo más alejado posible de mis congéneres.

Yo practico la distancia social casi desde siempre.

Tras mis primera cacerías me di cuenta que necesitaba espacio y mucho tiempo para poder realizarlas y salir airoso del ruido social que ocasionaban y las fatales consecuencias judiciales que podrían acontecerme si en algún momento mi metodología no fuera la adecuada y terminaran pillándome con las manos ensangrentadas y el estómago repleto de carne de individuo o individua selecciona al azar, torpemente acechada y cazada a la vista de todos. Así que me decidí por el mundo de las ciencias exactas y en concreto por el, entonces, novedoso mundo de las computadoras. 

No soy demasiado brillante en cuanto a capacidades intelectuales, pero si muy aplicado, constante y laborioso. Lo que otros aprendían en apenas unos días, yo necesitaba semanas para conseguirlo. pero tras varios años y más que muchas horas de estudio, me convertí en un joven programador que podía trabajar desde casa. Entonces eramos tan pocos y el trabajo tan abundante que pude costearme una vivienda amplia en el barrio donde habito, acorde a mis "otras" necesidades. Por aquel entonces la aparición de Internet me supuso la felicidad absoluta al conseguir desaparecer del mundo físico de mis clientes. 

En la actualidad mi vida laboral se centra en contratos bien remunerados sobre análisis de datos para estudios de mercado, desarrollo de sistemas de seguridad para empresas de juego online, asistencia en labores de SEO para grandes marcas, diseño de interiores en 3D y lo último y más entretenido: Social Media Manager para distintas agencias de publicidad repartidas por todo el planeta. Años de experiencia me permiten poder seleccionar lo que me apetece hacer y me permiten tener un buen fondo económico repartido en inversiones, criptomonedas y varias cuentas bancarias en distintos paises de las que podría vivir indefinidamente, si fuera necesario.

Reparto en tres mi horario laboral sin horario. 

Tras varias horas, las que requiera lo que sea que esté haciendo, suena mi primera alarma del día hacia las 13:00.

Hacia esa hora suele llegar el repartidor de la empresa que contrato con mi pedido de comida diaria. 

Me gusta comer productos frescos.

Para no interactuar con ellos he diseñado la entrada a mi vivienda de un modo muy particular. 

Seleccioné una vivienda en un piso de altura donde existe un vecino por cada planta, de esta manera evito zonas comunes. Tras llamar a la puerta exterior esta activa una pequeña pantalla donde indica que en ese momento no puedo abrirles al estar concentrado en mi trabajo, o por no estar en ese momento en mi domicilio, o por haber salido unos minutos... varios mensajes que aparecen al azar para no crear conductas de comportamiento y, así, alejar a posibles amigos a lo ajeno. En la pantalla se indica que se abrirá la puerta automáticamente y que deposite lo que sea que lleve en el suelo de la siguiente estancia. Al entrar otro mensaje en su interior le indica que esa estancia se cerrará en 5 minutos para que sean rápidos y efectivos. Cuando han terminado pueden poner su recibo bajo una impresora que marca con mi firma especial para entregas. Cuando abandonan esta pequeña habitación y se cierra la puerta exterior tras ellos, yo abro la puerta de acceso a la vivienda e introduzco mis viandas o el paquete de Amazon, o lo que sea. El sistema lleva alimentación eléctrica independiente por baterías, los últimos instalados son los Powerwall de Tesla y son impresionantes, ya que en una ocasión se fue la luz y tuve que salir personalmente a abrir al repartidor que gritaba dentro. Toda mi vivienda esta perfectamente insonorizada y el pobre hombre tuvo la terrible sensación de encontrarse sólo y encerrado en un pequeño espacio similar a una cámara anecoica donde no escuchas bien ni tu propia voz. Tuve que abrir mi puerta, calmar al hombre y abrir la puerta del exterior del modo manual que solo yo conozco. Bueno, que solo conozco yo  y mi alimaña. A la que tuve que calmar durante varios minutos antes de abrir puertas ya que se despertó de repente al saber de una presa cercana y recluida y a la que tuve que mantener sujeta con fuerza mientras cerraba la puerta posterior y ambos veíamos alejarse hacia el ascensor esa suculenta pieza de unos 70 kilos, alrededor de 30 años y tan próxima e inmediata.

En fin... Hoy no sonará el timbre.

La alerta por coronavirus ha interrumpido ese servicio y de momento tendré que servirme de los restos de compras anteriores y de mis conservas. He previsto que hasta el sábado tengo lo suficiente para subsistir sin salir.

Asi que en este momento, alrededor de las 13:15 suelo comenzar a cocinar. 

Básicamente me defino como vegetariano ovolacteo no practicante. Algo así como los católicos que fueron bautizados y que tal vez hicieron la primera comunión pero que nunca acuden a los oficios religiosos aunque siempre se acuerdan de sus dioses cuando las cosas no les van bien.

¿Que parece una broma?.... ¡ Por supuesto que lo es !... me gusta gastarme bromas y un momento de cómica ironía siempre viene bien en esta mi vida de yo conmigo mismo... y mi alimaña. Aunque ella sonríe poco y cuando lo hace intimida mas que agradar.

Hoy tengo un estofado de patatas con carne mechada de una presa que llegó a mi nevera hace dos meses, en pleno invierno y de la que recuerdo, costó bastante sacar todos los pelos de su abrigo de visón que mi febril alimaña incrustó con cada mordisco en la parte lateral derecha de su abdomen. El estofado lo tomo siempre un día después de haberlo cocinado, de ese modo se intensifican aromas y sabores. Lo acompaño con pan que hago yo mismo con masa madre propia y un vino blanco con algo de queso curado y ensalada para terminar la comida

Después de comer le dedico 30 minutos a ponerme al día de lo que sucede ahí fuera. Estos dias hay poca variedad: Coronavirus por aqui, coronavirus por aca, por allí, por acullá... 

Suelo ver la televisión para acceder a la información rápida y facilona que ofrece. Son programas informativos con titulares y poco más, con algún análisis sintetizado para ser comprensible en las mentes de sus usuarios cada vez mas idiotizados y que aseguran un publico manipulable y miedoso. Una sociedad de prejuicios, y intransigencias que se inventa valores para sentirse mejor consigo misma y que alienta al rebaño a respetar a sus pastores.

Y a mi alimaña le encantan los rebaños.

Una siesta de 30 minutos en mi sillón de la siesta. 

Al despertar un buen trago de agua y una ración de chocolate negro me preparan para unas horas de trabajo intenso.

Hacia el final de la tarde una pausa de 30 minutos para tabla de ejercicios aeróbicos y de fuerza, y otros 10 minutos de entrenamiento exclusivo golpeando al saco con distintas técnicas y con varias partes el cuerpo ( manos, puños, codos, rodillas, tibias , pies , cabeza ).

Ducha.

Cena suave. Me encanta hacer paté en la Thermomix. Aún tengo un par de tarrinas de paté de campaña con el magro y la papada de un hábil notario de provincias que sucumbió a mis encantos culinarios. Una cerveza de trigo y un ensalada de tomates cherry con canónigos es más que suficiente para cerrar hoy el día.

Envío el resultado del trabajo diario a mis clientes.

Me siento en mi sillón y leo sin criterio. Todo me sirve. Novela. Revistas. Editoriales. Poesia. Folletos. Artículos científicos y pseudocientificos. Libros físicos y online. También se cuela algún vídeo de youtubers... Todo menos Twitter, el desagüe de aguas negras de este siglo XXI.

Durante todo el día me acompaña una secuencia musical que se genera al azar de entre varios servicios online y que apago cuando duermo o cuando necesito concentrarme. Tarareo y silbo a menudo.

Al final de la jornada apago luces y  me asomo a la terraza que esta cerrada al exterior. Me gusta  mirar y ver como viven las personas que están dentro de esos pisos. Algunos comen, otros leen , otros se quitan la ropa para meterse en la cama. Las luces se van apagando.

Un día más... un día menos.

Y hoy mi alimaña esta tranquila... aún queda carne en la nevera.



miércoles, 18 de marzo de 2020

ESTADO DE ALARMA POR CORONAVIRUS. DIA 2.

Me estoy quedando sin carne.

Tres días encerrado y en mi despensa cada vez hay menos muerte. Del tipo de muerte que me da vida. Carne cazada, mordida, arrancada, escogida, cortada, sazonada, empaquetada, acumulada, refrigerada, cocinada y degustada... con una cerveza bien fresca.

Apenas queda para dos o tres días y escucho por televisión que serán 15 los días de encierro, que no de soledad. Estoy muy acostumbrado a mi mismo, a mis pensamientos y a mi casi absoluta ausencia de emociones. Llevo tantos años dentro de mí que he conseguido sentir el mundo como a través de un guante de latex de esos azules que ahora se han puesto tan de moda. Nada que esté al otro lado me resulta del todo real, son formas que  se mueven, estaciones de tiempo que trascurren y murmullos entre ruido.

Y es mejor asi, porque cualquier rasgadura provocada o accidental activa a mi alimaña, a mi bestia, al que siempre tiene hambre de fibras musculares y sangre sin ruido, que hace que mi rutina se esconda en una enorme habitación oscura desde la que, cómodamente sentado, observo sin pestañear como rasga mis paredes aislantes y olisquea el aire y selecciona la presa y caza y me alimenta.

Tenía que haberlo previsto pero mi distancia social es tan amplia que aunque escuchaba sobre el aumento de contagiados y victimas en tantos sitios del planeta, sólo podía pensar en el sabor de esas carnes infectas de tan reciente virus. Tal vez afectaría en algo a su sabor final y deberían ser condimentadas de forma distinta a la habitual. Quizás la infección acelerara el deterioro de la carne y el  proceso de descomposición fuera más rápido y tal vez intensificara su paladeo. Es posible que la carne de los contagiados que apenas muestran síntomas y sobreviven sea particularmente exótica por su novedad en mi menu. 

Todas estas dudas ya fueron resueltas con anteriores infecciones de años atrás y mi exquisito paladar supo reconocer en el 2009 durante el brote del H1N1 ciertos matices en los aromas de algunas partes específicas, sobre todo internas. Y es que me encanta la casqueria, no puedo evitarlo. Esa intensa satisfacción de unos buenos riñones al jerez o una tortilla de ajetes y sesos o un suculento filete de hígado encebollado. Es lo que tiene la casquería, que regala mucho con muy poca preparación. Todo lo incluye, no hay que sacarlo.

También recuerdo las suculentas cenas durante los años 80 de aquellas carnes con VIH. Que joven era mi alimaña entonces. Que rápida y ágil. Que certera en sus decisiones y aplicada en sus métodos. Olía, seleccionaba y vencía. La caza en los parques de mi ciudad donde las presas se besaban, follaban o se drogaban era tan simple y casi hermosa. Acechar tras el seto. Respirar los aromas. Salivar por la sensación futura. Seleccionar la pieza y acompañarla en sus últimas horas, a veces incluso, durante sus últimos días. Y en todo ese tiempo aprendías a quererla, se establecía un vínculo de algo parecido al amor espiritual entre un creyente y su Dios o Diosa. Sus caminos eran los mios. Sus amigos eran los mios. Sus familiares eran los míos. Sus vecinos eran los mios Su vida era la mía durante el acecho. Su vida era la antesala de la mía. En fin, que me enamoraba sin remedio. Y las sensaciones de aquella moderna carne infectada en un mundo de músicas y estéticas sin límites,  daban alas a mis horas de aderezo, aliño y condimento en la cocina. Nunca fui mas creativo en mis recetas ni mas audaz en la caza.

Pero debo alejarme de tanta nostalgia.

Me estoy quedando sin carne y he de replantear mis métodos de sustento. Ahora las presas están en sus madrigueras. Seguras y encerradas. Los parques vacíos. Las calles despejadas. En los aparcamientos exteriores de los grandes centros comerciales no hay un alma. No hay noches de alcohol y desenfreno que invitan al abandono. Se me ocurre un símil tonto al ver ciertas imágenes en la televisión de personas comprando compulsivamente, siento su frustración. También los estantes de  alimento en mi enorme supermercado vital están casi vacías.