el destino de los seres invisibles,
probablemente dejaría que se quemaran
en el fuego que nace del odio de los idiotas.
Miraría a las estrellas que se esconden
bajo mi cama y que huyen enloquecidas
cada vez que me masturbo repitiendo
el mismo nombre.
Nada como otra cerveza
y dejarme hipnotizar con la imagen
que hay al fondo de la jarra
que vino de Irlanda,
con aquel viaje que nunca hice.
Y ese calor precioso que nace entre los dientes y recorre el cerebro
hasta las uñas de la polla,
convirtiendo lo humillante
en minutos dulces
de somnolienta distancia.
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