entre los ecos
de sus gentes
que amanecen
como jirones de niebla
uniéndose a la tormenta.
Los perros siguen a sus amos
en un rodar incesante
entre árboles del parque
que aguantan sus raíces
ajenos al ruido.
Se cruzan y se miran.
Algunos se saludan.
Los perros, que no los amos.
Después notan el tirón de cuello
que les impide el presente
y parten hacia sus futuros
de perros de piso sin terraza.
Los dueños caminan
como en un sueño
donde el despertar no cabe
y todo es revestirse de mortajas
mientras avanzan.
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