Sus ojos nublados por los recuerdos de plies y demi-plies. Sus pies giran, saltan, rotan como ratones con sindrome de abstiencia anfetamínico marcando ritmos silenciosos. Su rollizas rodillas dibujan aperturas imposibles de apenas unos milímetros. En sus muslos, olas como mares de orquestas rusas se desplazan por su superficie hacia el horizonte de su tanga.
Prepara cuarta. Brazos a la izquierda. Cabeza ergida. Rostro de otra. Plie. Hostiazo sobre el suelo mojado de noche helada de septiembre.
Carcajadas tristes que resuenan y se escapan por las arrugas del asfalto.

La levanto. Le aparto el pelo de su cara. La beso. Nos alejamos hacia su hostal.
Durante lo que nos queda de noche bailará para mi, sobre mi y conmigo dentro por 40 euros la hora.
Mientras camina a mi lado noto su corazón acelerado.
Ayer era el cisne que moría cada noche sobre escenarios de todo el mundo.
Hoy muere un poco en cada noche de Madrid.