La reentrada a su pasado no fue nada escandalosa, apenas un murmullo en la noche.
Al abrir los ojos se encontró en mitad del callejón. Una pequeña arcada nace de sus estómago y necesita apoyarse con la mano derecha en la pared fría y nocturna. Nada sale de dentro. El salto espacio-tiempo a sido pasable. Consulta la hora y se sabe en el momento preciso y en el lugar necesario.
Avanza hacia su izquierda y sale del callejón. Ante él se presenta el imponente edificio comunal. Magnífico y terrible, rodeado de sombras. Doce plantas y 60 accesos de vecinos en un barrio fronterizo de la ciudad menos amable del planeta. Frente al edificio sólo campo. Amplia estepa depositaria de basuras, electrodomésticos, cadáveres de vehículos y ratas, muchas ratas.
Avanza hacia el portal designado y recordado. Cada uno de los portales reúne a una media de trescientos vecinos. Trescientas vidas. Casi 18.000 vidas apelotonadas en pisos de 45 metros o menos. Los más optimistas lo llamarán años después diversidad demográfica y hablarán de este lugar como el núcleo de nacimiento de personas y seres creadores que habrán de ser el origen de futuros sistemas económicos, de revoluciones sociales y culturales, de creaciones artísticas nunca antes supuestas. Mezcla para aumentar el sabor. Mezcla para aumentar la empatía. Mezcla para aumentar la humanidad. Mezcla para obtener colores y genes más puros y resistentes.
Asciende la calle. A su derecha los pequeños contenedores de basura que serán recogidos en apenas dos horas por el servicio municipal de limpieza ya reciben a las primeras ratas. Enormes como gatos. No se asustan con facilidad. Tienen hambre y saben que este es restaurante de comida rápida, su autoservicio gratuito.. Los responsables de la recogida han sido atacados en varias ocasiones y ahora lucen armas en su cintura, por seguridad.
A su izquierda una hilera de pequeños negocios con cierres de metal que durante el día abastecen a todas las personas que duermen sobre ellos. Panaderías, mercerías, farmacias, zapateros, supermercados, bares, kioskos, peluquerías, mas bares... y para los nocturnos, siete locales donde se mezclan mujeres y hombres que dan servicios de sexo y cama a otras mujeres y hombres que vienen a los bajos de este edificio desde otras zonas de la ciudad donde no se permiten estos locales, donde los niños van a colegios de curas en uniformes azules y las niñas van a colegios de monjas con uniformes grises.
Ya ha llegado. Comprueba el número. Por un instante se agolpan en su recuerdo olores de vecinos, rostros de cocinas, pasamanos oscuros que ascienden a otros pisos, gritos desde las terrazas, ropas tendidas en los patios interiores recubiertos de terrazas donde siempre huele a aceite caliente y donde el sol entra de tres a cuatro de la tarde en la terraza que mejor recuerda, en la que aprendió como quemar hormigas con lentes de lupas que se retorcían cuando el haz de luz de sol concentrado se acercaba llegando a su abdomen y ese liviano hilo de humo que salia de ellas al explotar.
No utiliza el ascensor. Mejor las escaleras. En silencio. Aun no hay sistemas automáticos de detección de movimiento que activan las luces en cada planta. Aun no hay cámaras que graban las 24 horas. Y el edificio duerme como un monstruo enorme , casi dulce, con las vidas durmientes de tantas personas dispuestas a soñar.
En la planta uno recuerda a la mujer coja que siempre sonreía y le acariciaba la cabeza al pasar. 1º C.
En la planta dos recuerda a la niña que practicaba piano sobre un dibujo en una cartulina negra. 2º A.
En la planta tres recuerda a una pareja de hombres, ya ancianos, que se hacían pasar por amigos obligados a compartir casa debido a lo escaso de se economía domestica y que se besaban a escondidas cuando tendían la ropa en las terrazas interiores cuando suponían que nadie les miraba. 3ºA,
En la planta cuatro su primer funeral. Con siete años bajó con su madre al velatorio de la que había sido en tiempos una afamada bailarina de cabaret, después amante de un señor que la compró este piso y donde venia a verla hasta que la edad le arrebató la belleza de su cuerpo y la mirada felina de su cara. Piso donde ofreció su cuerpo durante años a otros y otras por poco dinero y algo de cariño. En este noche aun esta viva y al pasar por su puerta el reconoce el olor a su perfume añejo. 4ºD.
Sonríe y sigue subiendo piso tras piso. Recuerdo tras recuerdo. El edificio respira y el reconoce ese ritmo.
Por fin llega a la puerta. Consulta el medidor de tiempo. Todo es correcto. Es sólo entrar, recorrer el pasillo. abrir la tercera puerta de la izquierda, acercarse a la cama de de derecha, descubrir el rostro del niño que duerme girado siempre hacia de izquierda, comprobar su identidad y matarlo.
Lo hará rápido y evitará años posteriores de asaltos, violaciones, mordiscos vaginales, sangre por todas partes, sonrisas rotas, llantos de hombres, alaridos de mujeres, ojos sobre el tapete, dobles vidas, amores imposibles, trozos de carne de muslos en el congelador, gastronomía de gente, esconderse, huir, temblar de gozo y de dolor. Cientos de muertes. Encontrar el amor verdadero por fin. Amarla. Perderla. Matarla. Comerla y nunca poder olvidarla y dolor de nuevo al fondo, a lo lejos del alma. Detenido. Confinado. Estudiado. Juzgado. Condenado. Ajusticiado. Su cerebro criogenizado. Rehabilitado siglos después en un cuerpo sintético por un error de documentación. Sorprendido por su nueva existencia y de nuevo el hambre y también el dolor.
Descubre en su nuevo presente que se puede regresar. Que el viaje al pasado es una realidad lúdica en una civilización pacífica y curiosa. Le sonríen al solicitar una vuelta momentánea y curiosa: una hora para el juego de observar el pasado. Pide que sea bien avanzada la noche. Le indican que la noche en aquel siglo era aburrida, poco que ver. y al final consigue su viaje.
Salto atrás en el tiempo. Toda una experiencia.
Arrodillado frente al niño que respira apacible no reconoce en él a la abominación que se gesta dentro de su cuerpecito. No se reconoce en él pero sabe que no debe dejar que avance más. Es su venganza sobre si mismo. Fin al dolor. Fin al niño, al monstruo y al hombre sintético con cerebro de otro siglo.
No puede evitar disfrutarlo y decide ahogarlo con sus manos. Ahogarse con sus manos. El niño deja de respirar primero, él un instante después.
En la calle las ratas siguen cenando, grandes como gatos.
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