y mantenerte distante,
ajena al ruido
que nace de ambos,
del aleteo de nuestras manos
y del imperioso deseo
de nuestros dientes.
Permíteme que te guarde
entre los pliegues del tiempo
donde la alacena blanca,
esa tan alta
donde solo los gorriones
son capaces de anidar.
Permíteme que te atisbe
como si fueras el alba,
el inicio de mis días,
el esperado retorno
de la miel y las cerezas
Permíteme que te huela
como hago con el viento,
cerrando los ojos
y apretando los puños.
Llenando mis pulmones
como si fuera el final
y retenerte dentro
hasta que el mareo
me oblige a soltarte.
Permíteme que te refolle
sin la piedad del comienzo,
sin el miedo al deterioro,
sin la locura del tiempo,
sin el tormento de ser consciente,
sin el hambre del lobo.
Con la ansia del lento,
con la furia del sabio,
con la voracidad del mar,
con el placer más paciente.
Permítemelo todo
y ya veré yo
hasta donde lanzar
mis amarras.
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