y al pasillo estrecho
donde las hadas y mis diablos
jugaban al último escondite
antes de dejarnos escurrir
de las paredes al suelo
con la mirada perdida
que acaba encontrando
el ritmo de esa canción
que te ronda la vida
sin ganas de llegar
mientras atronan las melodías
dulces como venenos
que encuentro,
ya tumbado,
en este pasillo eterno
en esta casa amarga
en esta calle ruidosa
en este barrio sin mar
en esta ciudad de fantasmas
que sienten con miedo
el paso de futuros
sin presentes.
Tediosa melancolía,
cuánto te odio.
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