a romperme los huevos
contra el muro
de tu complaciencia.
Ya no me duele.
Subiste tanto el umbral
que saltarlo
es casi imposible.
Me animas con
vino, cerezas y ron,
pero esos aderezos
ya no son las escaleras al cielo
que subía a rastras
para poder amarte
y que nunca recordaba
haber bajado
o caído,
al final
de tantas madrugadas.
Ya no me duele,
o al menos
eso me repite
mi alma
que miente
casi tanto
como tú risa.
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