el recuerdo
de la riña
en el pasillo de casa
y el corte
en su mano derecha
y la cara del padre
al tener que soltar
el cuchillo grande
de cortar el pan
mientras el tajo
en el dorso de su mano,
sangra profusamente.
Del padre solo queda
el odio de las palizas
del domingo,
tras el rato de bares
con los amigos
y sus borracheras
violentas y febriles.
Cada tortazo
una promesa.
Cada patada
un olvido.
Cada puño
duele menos.
La piel se hace cuero.
El dolor se queda fuera.
Se sienta al fondo
de su espalda
como espectador
aterrorizado.
Cuando para el baile
de gritos y hostias.
El cuero se diluye
y el dolor
crea hermosas flores moradas
que
esconde
cuando va al cole.
Ya no le duele.
Nada le duele.
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