mi Parca enfebrecida
dueña del final de mis días
con sus manos heladas
y su rostro inexistente.
La noto rozándome la espalda,
acariciando mi nuca,
soplándome en el pecho,
flotando junto a mis manos,
escondida bajo mi cama
dispuesta a todo por mi alma.
Y yo le abro mis sabanas
y entra en ellas, mi fortín.
Y me cabalga
y goza del placer del instante
aquella que solo sabe de infinitos.
Se corre explosionando mil soles,
ahuyentando a mil demonios,
acojonando a todos los dioses,
arrancando cien mil vidas
que no son la mía.
Después me abraza
y al oído me susurra:
"La próxima vez será."
Y así se pasan los años...
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