el imbécil de siempre
rompe el silencio
de la tarde
interrumpiendo
el suave murmullo
de mi televisión encendida
en algún programa
de radio y ruidos.
Oigo,
aún con las ventanas cerradas,
el rascar de sus dedos
cabreando
las cuerdas de su guitarra.
Escucho,
aún con las ventanas cerradas,
el descojonarse eterno
de su coro de borrachos
en el medio de la calle.
Abro mis ventanas
al frío del invierno
en esta calle sin sur
y me cago, a gritos,
en sus putas madres
en un idioma
que solo los ebrios entendemos.
Me dicen que baje
que lo diga a la cara
que más cerca
y que si tengo
lo que hay que tener.
En México no bajaría.
En Rusia no bajaría.
En Etiopía no bajaría.
En El Salvador no bajaría.
En Libia no bajaría.
En Angola jamás bajaría.
Demasiadas armas
sin control
en manos de alcohólicos.
Pero aquí
y ahora
es primavera
para mis puños.
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